El humo nos gusta, nos atrae, para muchos incluso es una razón para fumar.Seguramente por la propia semejanza que tiene con los pensamientos; Efímeros, espectrales, de gris y blanco, difíciles de definir por su propio carácter humeante. Ese humo, el pensamiento, es como un juego, un entretenimiento a través del cual nos paramos a quemar ideas, vivencias, libros. Esperamos pacientes, latentes: A cada calada que exhumamos permite un instante de revelación, un segundo en el que la mente rauda intenta hacer la fotografía, captar el “eidos”, percibir la forma entre la efemeridad absoluta para luego, ante la visión del nuevo vacio, aspirar otro trocito de vida, consumirlo, quemarlo y expirarlo nuevamente dispuesto a la contemplación.
Cuando se piensa, y cuando se fuma no puede hacerse nada más (al menos si quiere hacerse bien) requiere una pasividad absoluta, la negación primera de cualquier otra acción. Lo curioso además es la sensación que produce de hecho, pues cuando se fuma se experimenta la misma sensación de cuando se está pensando, aunque claro, cuando se fuma no se puede estar pensando… aunque la mente experimente el mismo ejercicio.Puede que digas que si, pues este estado nos puede llevar a pensar en muchas cosas ya que es el estado ideal, pero notaras que cuando de verdad se piensa, que es cuando se escribe (ese don divino que nos permite eternizar el humo) dejamos de fumar.
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